-Naoko, hoy es el día de tu
partida. Suzuki te acompañará.
Naoko intenta protestar...
-¡Silencio! Una mujer no debe responder a un hombre. ¡Nunca
te conseguiré un marido si te empeñas en comportarte de esa forma!- exclama su
padre. Y con un gesto furioso sale de la habitación.
Así es como Naoko, el día de sus catorce cumpleaños, recibe la
noticia de que tiene que dejar su hogar para irse al inmerso y bullicioso
hormiguero que es la cuidad de Kioto.
Naoko ha vivido siempre en su diminuto pueblo alejado del mundo, como si fuera
un minúsculo grano de arroz en un gran bol. En él nada ha cambiado desde
que nació: ni los comercios, ni la plaza principal en la que tantas veces
jugaba con su madre y con Suzuki. Naoko conoce cada una de sus esquinas, cada
rincón, cada piedra.
El humo del incienso que envuelve
la habitación le irrita los ojos, pero en realidad tiene la vista nublada de
ira y de pena.
-No quiero ir- le confiesa a
Suzuki-. Esta casa y sus recuerdos son todo lo que me queda de Okasan*. Menudo
regalo de cumpleaños.
¡No es justo!
-Tienes que ser fuerte, Naoko
–intenta consolarla Suzuki-. Sabes que es por tu bien. Tampoco ha sido fácil
para tu padre desde que ella nos dejo. Y allí estarás bien. Te enseñaran todo
lo que debe saber una mujer.
-¡Pero yo no quiero aprender las
buenas maneras!- Naoko se impacienta y rompe a llorar-. Déjame… déjame sola,
Suzuki. Por favor…
Hay un peine sobre el tocador. Naoko lo coge y se lo pasa por el cabello. Era de su
madre. Aquí todo es como un mausoleo erigido para su memoria.
Naoko no era mas grande que in
Lichi* cuando ella murió. Desde aquel funesto día en el que pusieron a su madre
el kimono blanco*,
Naoko sabe que pasara mucho
tiempo hasta que vuelva a ver su casa de nuevo. La educación de una muchacha
dura por lo menos cinco años. Es el tiempo que se necesita para aprender el
arte de servir el té, de tocar el Shamisen* o de bailar con los abanicos. Y
sobre todo, es el tiempo que hace falta para aprender a comportarse. Porque una
mujer de mundo solo debe hablar, levantarse, sentarse, sonreír, y casi
respirar, en el momento indicado.
Y eso no le gustaba nada a Naoko.
Lo que a ella le gusta es leer, escribir poemas y Haikus*, reír cuando esta
contenta y llorar cuando esta triste. Pero todo eso esta prohibido a una
señorita bien educada. Naoko ve un kimono encima del Isho-tansu* y se le ocurre
una idea. ¡En Kioto se disfrazara de hombre e ira a estudiar literatura, como
un chico!
Pero para lograrlo Naoko
necesita la ayuda de su fiel sirvienta. Suzuki es la única que hará de enlace
entre su padre y ella mientras este en la escuela. ¡Tiene que convencerla!
Cuando sus maletas están listas,
Naoko va a buscar a Suzuki.
-Suzuki, siempre has sido una
sirvienta fiel, y para m has sido mucho as que eso. Sabes que no quiero
aprender buenas maneras. Seria tan desgraciada que moriría de pena. En Kioto,
te lo ruego, déjame sola. Te escribiré al día siguiente de mi llegada para
decirte en donde vivo.
-Pero Naoko…
-Te lo ruego… -le suplica Naoko,
Juntando las manos como en una oración.
Sin decir una palabra, Suzuki
sale a cargar las maletas en el Palanquin* para emprender el viaje.
El viaje se hace interminable. El silencio es tan pesado que se puede oír el
batir de alas de las mariposas.
Naoko mira el paisaje con los
ojos llenos de lágrimas. Cuanto mas se acercan a Kioto, más se apaga el cielo.
Poco a poco, los verdes campos van dando paso al gris de las casas apretadas
una contra otras.
A la entada de la cuidad, Suzuki
rompe el silencio:
-Naoko, niña mía, aquí tienes el
dinero destinado a tu educación.
Úsalo bien, y sobre todo, cumple tu palabra. ¡Escríbeme mañana!
Al oír estas palabras, Naoko se
lanza a los brazos de su fiel sirvienta con los ojos empañados de lágrimas.
Suzuki se va en silencio, como
siempre.
Naoko se quita el kimono
de mujer para ponerse el que ha robado a su padre, y se adentra en el bullicio
de Kioto.
Le cuesta abrirse paso en las
callejuelas atestadas de gente. Perdida en la inmensidad de la cuidad y de sus
propios pensamientos, Naoko tropieza de pronto con un joven.
Kamo tiene dieciséis años. El también
acaba de llegar para estudiar Literatura, Matemáticas y Haikus.
Enseguida se hacen amigos y
deciden seguir juntos su camino. En la escuela también eligen la misma habitación.
Al cabo de un tiempo Kamo y Naoko llegan a conocerse bien.
Naoko disfruta casa vez mas de
los ratos que pasan juntos. Los cerezos le parecen más floridos que nunca, la
fruta mas dulce y sus poemas, que hasta entonces habían sido tristes, llevan el
color de la alegría. Naoko es, sencillamente, feliz.
Kamo, por su parte, no ha
conocido nunca a nadie como Naoko. Ha encontrado a alguien con quien compartir
algo más que el estudio de la literatura. Lo que mas admira es su espíritu
libre y vivo como un rio.
Pasan tardes enteras conversando
mientras pasean por los estanques de nenúfares o contemplando las estrellas en
las noches claras. Y a veces, en un momento de locura, se lanzan a correr por
las calles de la cuidad, gritando y empujando a la gente, y cuando ya no pueden
mas, se paran y ríen a carcajadas.
Los dos amigos acaban enamorándose,
lo que plantea bastantes problemas a Kamo, que cree que Naoko es un chico.
Una mañana, llega a la escuela una misiva para Naoko. Suzuki le ordena que vuelva
inmediatamente. Naoko, turbada, recoge sus cosas y escribe una nota dirigida a Kamo.
Pero en cuanto llega al
pueblecito alejado del mundo, Naoko se entera de que su padre la ha prometido a
un hombre importante de la cuidad vecina. Intenta escapar para volver junto a
Kamo, pero ya ha caído en la trampa y su padre la tiene prisionera en su habitación.
Cuando Kamo descubre el mensaje
que le ha dejado Naoko, comprende inmediatamente el sentido del haiku que ella
ha compuesto para el.
Amor Sabrá
Si la rana
que canta
Es el o es
ella.
Con el corazón golpeándole el
pecho, monta sobre su caballo y vuela al lado de su amada.
En el
umbral de la puerta, Suzuki lo recibe. –Hola, sirvienta. Soy Kamo
Mabuchi. Vengo a pedir la mano de la dulce Naoko, que me esta esperando.
– ¡Naoko ya no te espera! –Le responde Suzuki con sequedad–. Se ha
prometido y esta a punto de casarse. Si la amas tal y como dices, no vengas a
perturbar su felicidad.
Consternado por la cruel noticia,
Kamo se queda sin palabras. Vuelve a Kioto con el corazón hecho pedazos, y poco
después muere de tristeza…
La víspera
de la boda, Naoko se entera de la muerte de Kamo. La joven implora a su padre que
le deje dar un ultimo adiós a quien tanto ha amado. Él no se ve capaz de
negarle este ruego. Sin decir palabra, sin derramar una lagrima, la joven se
pone el kimono blanco y de va a buscar consuelo a la tumba de su amor, con su
padre y Suzuki siguiéndole los pasos.
Una
terrible tormenta estremece el cementerio. El cielo parece llorar
por os desdichados amantes.
Naoko, abatida, se derrumba sobre
la tumba de su querido Kamo y, por fin, da rienda suelta a sus lágrimas. De pronto,
con un crujido ensordecedor, un rayo rasga el cielo y rompe la tumba. Naoko se
precipita dentro en cuerpo y alma.
En Un abrir y cerrar de ojos, la
loza vuelve a cerrarse y un sol radiante ilumina los rostros petrificados del
padre y la sirvienta.
Dos
Mariposas escapan de una grieta de la tumba. Juntas revolotean hacia el cielo
resplandeciente.
Naoko y Kamo, al fin, se aman
libremente…
Benjamin Lacombe
(Mayra-chan desu!!)