viernes, 14 de septiembre de 2012

Los Amantes Mariposa Benjamín Lacombe


-Naoko, hoy es el día de tu partida. Suzuki te acompañará.
Naoko intenta protestar... 
 -¡Silencio! Una mujer no debe responder a un hombre. ¡Nunca te conseguiré un marido si te empeñas en comportarte de esa forma!- exclama su padre. Y con un gesto furioso sale de la habitación.

 Así es como Naoko, el día de sus catorce cumpleaños, recibe la noticia de que tiene que dejar su hogar para irse al inmerso y bullicioso hormiguero que es la cuidad de Kioto.

Naoko ha vivido siempre en su diminuto pueblo alejado del mundo, como si fuera un minúsculo grano de arroz en un gran bol. En él nada ha cambiado desde que nació: ni los comercios, ni la plaza principal en la que tantas veces jugaba con su madre y con Suzuki. Naoko conoce cada una de sus esquinas, cada rincón, cada piedra.
 El humo del incienso que envuelve la habitación le irrita los ojos, pero en realidad tiene la vista nublada de ira y de pena.
 -No quiero ir- le confiesa a Suzuki-. Esta casa y sus recuerdos son todo lo que me queda de Okasan*. Menudo regalo de cumpleaños.
¡No es justo!
 -Tienes que ser fuerte, Naoko –intenta consolarla Suzuki-. Sabes que es por tu bien. Tampoco ha sido fácil para tu padre desde que ella nos dejo. Y allí estarás bien. Te enseñaran todo lo que debe saber una mujer.
 -¡Pero yo no quiero aprender las buenas maneras!- Naoko se impacienta y rompe a llorar-. Déjame… déjame sola, Suzuki. Por favor…

Hay un peine sobre el tocador. Naoko lo coge y se lo pasa por el cabello. Era de su madre. Aquí todo es como un mausoleo erigido para su memoria.
 Naoko no era mas grande que in Lichi* cuando ella murió. Desde aquel funesto día en el que pusieron a su madre el kimono blanco*,
 Naoko sabe que pasara mucho tiempo hasta que vuelva a ver su casa de nuevo. La educación de una muchacha dura por lo menos cinco años. Es el tiempo que se necesita para aprender el arte de servir el té, de tocar el Shamisen* o de bailar con los abanicos. Y sobre todo, es el tiempo que hace falta para aprender a comportarse. Porque una mujer de mundo solo debe hablar, levantarse, sentarse, sonreír, y casi respirar, en el momento indicado.
 Y eso no le gustaba nada a Naoko. Lo que a ella le gusta es leer, escribir poemas y Haikus*, reír cuando esta contenta y llorar cuando esta triste. Pero todo eso esta prohibido a una señorita bien educada. Naoko ve un kimono encima del Isho-tansu* y se le ocurre una idea. ¡En Kioto se disfrazara de hombre e ira a estudiar literatura, como un chico!

Pero para lograrlo Naoko necesita la ayuda de su fiel sirvienta. Suzuki es la única que hará de enlace entre su padre y ella mientras este en la escuela. ¡Tiene que convencerla!
 Cuando sus maletas están listas, Naoko va a buscar a Suzuki.
 -Suzuki, siempre has sido una sirvienta fiel, y para m has sido mucho as que eso. Sabes que no quiero aprender buenas maneras. Seria tan desgraciada que moriría de pena. En Kioto, te lo ruego, déjame sola. Te escribiré al día siguiente de mi llegada para decirte en donde vivo.
 -Pero Naoko…
 -Te lo ruego… -le suplica Naoko, Juntando las manos como en una oración.
 Sin decir una palabra, Suzuki sale a cargar las maletas en el Palanquin* para emprender el viaje.

El viaje se hace interminable. El silencio es tan pesado que se puede oír el batir de alas de las mariposas.
 Naoko mira el paisaje con los ojos llenos de lágrimas. Cuanto mas se acercan a Kioto, más se apaga el cielo. Poco a poco, los verdes campos van dando paso al gris de las casas apretadas una contra otras.
 A la entada de la cuidad, Suzuki rompe el silencio:
 -Naoko, niña mía, aquí tienes el dinero destinado a tu educación.
Úsalo bien, y sobre todo, cumple tu palabra. ¡Escríbeme mañana!
 Al oír estas palabras, Naoko se lanza a los brazos de su fiel sirvienta con los ojos empañados de lágrimas.
 Suzuki se va en silencio, como siempre.


Naoko se quita el kimono de mujer para ponerse el que ha robado a su padre, y se adentra en el bullicio de Kioto.
 Le cuesta abrirse paso en las callejuelas atestadas de gente. Perdida en la inmensidad de la cuidad y de sus propios pensamientos, Naoko tropieza de pronto con un joven.
 Kamo tiene dieciséis años. El también acaba de llegar para estudiar Literatura, Matemáticas y Haikus.
 Enseguida se hacen amigos y deciden seguir juntos su camino. En la escuela también eligen la misma habitación.

Al cabo de un tiempo Kamo y Naoko llegan a conocerse bien.
 Naoko disfruta casa vez mas de los ratos que pasan juntos. Los cerezos le parecen más floridos que nunca, la fruta mas dulce y sus poemas, que hasta entonces habían sido tristes, llevan el color de la alegría. Naoko es, sencillamente, feliz.
 Kamo, por su parte, no ha conocido nunca a nadie como Naoko. Ha encontrado a alguien con quien compartir algo más que el estudio de la literatura. Lo que mas admira es su espíritu libre y vivo como un rio.
 Pasan tardes enteras conversando mientras pasean por los estanques de nenúfares o contemplando las estrellas en las noches claras. Y a veces, en un momento de locura, se lanzan a correr por las calles de la cuidad, gritando y empujando a la gente, y cuando ya no pueden mas, se paran y ríen a carcajadas.
 Los dos amigos acaban enamorándose, lo que plantea bastantes problemas a Kamo, que cree que Naoko es un chico.

Una mañana, llega a la escuela una misiva para Naoko. Suzuki le ordena que vuelva inmediatamente. Naoko, turbada, recoge sus cosas y escribe una nota dirigida a Kamo.
 Pero en cuanto llega al pueblecito alejado del mundo, Naoko se entera de que su padre la ha prometido a un hombre importante de la cuidad vecina. Intenta escapar para volver junto a Kamo, pero ya ha caído en la trampa y su padre la tiene prisionera en su habitación.
 Cuando Kamo descubre el mensaje que le ha dejado Naoko, comprende inmediatamente el sentido del haiku que ella ha compuesto para el.

Amor Sabrá
Si la rana que canta
Es el o es ella.

 Con el corazón golpeándole el pecho, monta sobre su caballo y vuela al lado de su amada.
 En el umbral de la puerta, Suzuki lo recibe. –Hola, sirvienta. Soy Kamo Mabuchi. Vengo a pedir la mano de la dulce Naoko, que me esta esperando.
– ¡Naoko ya no te espera! –Le responde Suzuki con sequedad–. Se ha prometido y esta a punto de casarse. Si la amas tal y como dices, no vengas a perturbar su felicidad.
 Consternado por la cruel noticia, Kamo se queda sin palabras. Vuelve a Kioto con el corazón hecho pedazos, y poco después muere de tristeza…

La víspera de la boda, Naoko se entera de la muerte de Kamo. La joven implora a su padre que le deje dar un ultimo adiós a quien tanto ha amado. Él no se ve capaz de negarle este ruego. Sin decir palabra, sin derramar una lagrima, la joven se pone el kimono blanco y de va a buscar consuelo a la tumba de su amor, con su padre y Suzuki siguiéndole los pasos.
 Una terrible tormenta estremece el cementerio. El cielo parece llorar por os desdichados amantes.
 Naoko, abatida, se derrumba sobre la tumba de su querido Kamo y, por fin, da rienda suelta a sus lágrimas. De pronto, con un crujido ensordecedor, un rayo rasga el cielo y rompe la tumba. Naoko se precipita dentro en cuerpo y alma.
 En Un abrir y cerrar de ojos, la loza vuelve a cerrarse y un sol radiante ilumina los rostros petrificados del padre y la sirvienta.
Dos Mariposas escapan de una grieta de la tumba. Juntas revolotean hacia el cielo resplandeciente.
 Naoko y Kamo, al fin, se aman libremente…

Benjamin Lacombe
  (Mayra-chan desu!!)

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