jueves, 11 de octubre de 2012

Crónica - Mateo Daza.


El jueves 4 de octubre tuve una experiencia de lo más interesante.
El martes 2 llegué tarde a una clase de español, porque había tenido clase de técnica vocal a las tres de la tarde, en la sede E de la universidad, la Escuela de Artes y Letras, en la calle 71 con Av. Caracas, y luego fui hasta la calle 140 a comprar unos materiales para otra clase. Después de eso, tomé un bus para regresar a la universidad, pero esta vez me dirigía a la biblioteca, donde tendría la clase de español. Para mi desgracia –desgracia porque tenía una exposición-, había un trancón más o menos desde la calle 134 con Av. 19 hasta quién sabe dónde. En la carrera 11, como es usual a esa hora, también estaba todo medio-trancado, medio-en movimiento. Y llegué tarde.
En algún punto de la clase me enteré de algo que sucedería el jueves, en la siguiente sesión de la clase. Iríamos a un teatro –en ese momento no supe a cuál- a algo como un concierto. No escuché más, y por alguna razón no pregunté.
Pues llegó el jueves, eran las seis de la tarde y comenzó la clase con una exposición de mis compañeros, sobre la creatividad. Una vez terminó la exposición, nos dispusimos a salir al aire helado de la capital. Los relojes daban las siete y media de la noche, aproximadamente. Nuestra maestra sugirió que las mujeres del grupo se fueran con ella en su carro, y todos estuvimos de acuerdo. Dos compañeras, sin embargo, se fueron caminando con nosotros los hombres. Íbamos hacia la calle 58A con carrera 16, si no me falla la memoria.
El frío entraba despreocupado por cada abertura en la ropa de la gente, haciendo que aquellos que llevaban prendas ligeras incluso temblaran, pero nosotros con la caminata parecíamos ser inmunes a eso.
Decidimos ir por la carrera 11 hacia el sur, y así lo hicimos, hasta la plaza donde se encuentra la iglesia de Lourdes, y en ese momento el grupo se dividió. Nos quedamos tres personas atrás, y no notamos que el resto del grupo había girado hacia la carrera 13, por lo que nosotros atravesamos la plaza, para luego ir también por esa misma carrera, pero sin saber el paradero de los demás.
Felipe, Yeimi y este personaje. Caminamos por la 13 hasta la calle 60, y ahí bajamos a la Caracas, para seguir yendo hacia el sur. Una vez en la Caracas, cruzamos hasta la mitad, donde está la parte que divide a la Carrera en sentidos sur y norte. Caminamos por esa división con los nervios de Yeimi en aumento, por la presencia de varios indigentes en los alrededores. Al cabo de un rato llegamos a la calle 57. Giramos para bajar por ahí, sin saber realmente a dónde nos dirigíamos. Yo iba guiando al grupo a un teatro que he visto sobre la 57, pero sin tener idea de cuál es el nombre de ese teatro, o del teatro al que íbamos, en fin. Pero unos momentos después, divisamos al resto del grupo al otro lado de la calle. Ellos cruzaron, nos encontramos, y nos guiaron. En un momento estábamos frente a una casita en una calle de más casitas, esperando a que abrieran la puerta, y comentando la misteriosa desaparición de una compañera, que yo al fin nunca supe qué estaba haciendo para perderse.
Abrieron la puerta, no recuerdo quién nos recibió, y seguimos hacia un corredorcito, hacia la parte de abajo de la casa. Lo recorrimos, y llegamos a una salita muy… pintoresca, si se quiere. Tenía un pequeño barcito, unas cuantas mesas y sillas, y un puesto de recepción. Nos instalamos allí junto con otras personas que iban a vivir la misma experiencia que nosotros.
Con lo silencioso que soy, no disfruté particularmente de la espera, porque las personas con las que me hubiera sentido medianamente cómodo hablando, estaban cerca, y lejos a la vez, y siendo inseguro como suelo ser, no me animé a nada extraordinario para dejar pasar el ratico. Hasta que al fin un hombre que no sabría como describir, -además de que no lo recuerdo muy bien, a pesar de que lo observé detenidamente mientras hablaba, porque fue otra de las cosas que me llamó la atención, por lo curioso que me pareció-, nos explicó de qué se trataba todo este asunto, y habló del teatro y bueno. Más tarde, pasamos al teatro. Una sala que, al menos yo no habría adivinado que estaba detrás de la vista inicial que tuve de la casa. Grande, con dos gradas, una a cada lado de la puerta, y sobre ellas habían sillas de plástico. Otro detalle curioso. Nos ubicamos, y enseguida, un hombre, que en ese momento incluso me pareció un hombrecillo, con ropas blancas ligeras, descalzo y con actitud entre relajada y tensa nos explicó nuevamente de qué se trataba. Él era, de alguna manera, el protagonista de todo esa noche, aunque nosotros mismos seríamos protagonistas de nuestra propia experiencia.
La idea era acostarse en la parte del frente del teatro, donde estaba el hombre hablándonos, que estaba vacía a excepción de un tapete cuadrado en el cual había varios instrumentos descansando.  Una guitarra, una cítara, unos tambores, unas campanas y una, o unas gaitas. Acostarse allá y escuchar la música que el hombre tocara. Lamentablemente yo no me había enterado de que era bueno llevar un cojín o una almohada, y una cobija. Así que me dispuse a vivir la experiencia con la cabeza sobre mi maleta.
Me recosté, se apagaron las luces, fije mi objetivo para la noche, cerré los ojos, y el sonido de agua cayendo sobre más agua intentó relajarme… Pero lo que logró realmente fue alterarme. No sentí rabia, pero sí mucha molestia, y no sabía por qué. Luego, campanas. Eso en seguida cambio mi ambiente. Debo decir que no logré tener una experiencia similar a ninguna de las que he escuchado de mis compañeros, o de las que escuché ese día de las otras personas. No recuerdo el orden en el que fueron los instrumentos, pero recuerdo que con el paso del tiempo me fui relajando como nunca me había relajado. Muy, muy lentamente mi cuerpo se fue soltando, mis músculos se relajaron, pero la necesidad de bostezar, -que atribuyo precisamente a esa relajación-, me mantenía en mi estado normal. En varios puntos, y recuerdo especialmente el inicio de los tambores, mi cuerpo se movía involuntariamente. Era como siguiendo la vibración de los instrumentos. Comenzó con movimientos involuntarios en los dedos, luego en las manos…. Después pasó a los pies, las piernas, el hombro derecho, y sin embargo… Nada, tranquilidad. Varias veces abrí los ojos y miré una luz roja que había en el techo, y, en medio de todo, recordaba como ridiculizan a veces los efectos de la marihuana. Estar tirado en el suelo mirando hacia arriba con una sonrisa. Hubo un punto en que estuve así, pero dudo me haya visto igual a las ridiculizaciones.
Si no hice realmente ningún viaje, como mis compañeros, ni tuve ninguna sensación en especial, además de la relajación, podría decirse que no me pasó nada, tal vez. Bueno, yo tiendo a estar demasiado tenso la mayor parte del tiempo, por todo mi rollo de ser callado e inseguro, y en fin, así que sé que logré algo ese día por la magnitud de esa relajación, y por el hecho de que haya sido simplemente estando tirado escuchando música. Y al terminar todo me sentía muy, muy ligero, y mi voz sonaba muy distinta, sonaba con un poco más de… autoridad, a como usualmente suena. Mi respiración era calmada, a pesar de que mi actitud siguió siendo la misma de siempre casi en su totalidad. Y al final, antes de que terminara el viaje, me quité los zapatos, y me acomodé mejor, y ahí sí comencé a sentir que lentamente me iba, no sé a dónde. Pero fue muy tarde, momentos después se prendieron las luces, y todos comenzaron a levantarse. De lo que me sirvió la experiencia fue para descubrir que hay otras maneras de mirar a mi interior, basándome en lo que he escuchado, nuevamente, de compañeros, y en lo curiosa que fue esa ligereza después de todo lo que pasó. Hay maneras distintas de mirar a mi interior, conocerme más, aceptarme, y así estar en paz, que, a pesar de que tengo identificado desde hace meses el problema de no aceptarme completamente, no consigo solucionarlo.
Para repetir y para recomendar.

1 comentario:

  1. Hola
    Me gustaría publicar el texto, o parte de el, en mi página de facebook
    Saludos
    Juan Francisco Castro
    * Les encargo si me envían las fotos, Gracias.

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